Juana se despierta, se sienta en la cama, mueve los pies en sentido horario, ejercicios que le dio el médico. Uno, dos, tres,…quince. Cada día más ruido. ¡Los tobillos se me desarman! Uno, dos,…veinte, en sentido anti horario. Termina y desliza el pie derecho. Uno, dos, tres,…cinco. Se para. Camina. El médico le dijo que la escoliosis y la joroba avanzan más rápido que las olas, así que el paso debe ser corto, lento y arrastrado. Se viste y atiende el teléfono.
— ¡Hola, hija! ¿Cómo estás?
—Hola, mamá. ¿Cómo sabías que era yo?
—Sos la única que llama.
—Para que te vayas preparando mentalmente, te aviso que cerré las entrevistas y la semana que viene empieza la cuidadora, es amorosa.
— ¡No necesito a nadie! No quiero intrusas. Además, llegan tarde, te usan las cremas, el perfume, te empastillan y si no las controlás, te roban.
—No voy a discutir. Tené cuidado, que ya te caíste.
—Mirá televisión como lo hago yo y vas a ver que es así. Estoy bien, hice los ejercicios, voy a sorprender a los médicos.
—Tema cerrado, mamá. Ya la contraté.
—Tu madre no es una tarambana. Sobrevivió más de noventa años.
—Noventa y dos, madre. Las pastillas, no te olvides de las pastillas.
—Sí, como siempre. Además, me llenaste la casa de carteles.
—No cortes, escúchame. Mamá, mamá.
Viejo. Era Raquel, pobre tu Raquel ¡cómo se preocupa! No sabe vivir esta chica. Su ojo está pegado al microscopio, lo heredó de vos, es más hija tuya que mía. No descansa. Estoy preocupada, esta hija tiene la manía de escribir por todos lados, me llenó la casa de carteles, ¿serán las conferencias que la enloquecen? Quiere traer a esa cuidadora, no la necesito. Siempre me cuidé sola y te cuidé a vos, viejo. Se mira en el espejo y se arregla el cuello del saco.
Mira el pastillero. Viejo, viejo, no tomaste las pastillas. Esta azul ¿para qué era?, y ¿blanca? Si viene Raquel va a enloquecer, se dice y las vuelca en la palma de su mano, las mira, las pasa a la otra mano, y las esconde dentro de la funda. Recuerda algo y va a colocarse perfume, mucho perfume. Después se viste. A los minutos escucha la puerta, entra Raquel.
—Y ese trajecito de pana, ¿dónde estás por ir?
—Voy a misa de doce.
— ¿Qué decís?, hace años que dejaste de ir porque no te gustó el cura, —le dice.
Después camina hacia la habitación que encuentra todo revuelto y ve el pastillero vacío. Empieza a hacer la cama y cae una pastilla, sacude la funda y ruedan más grageas.
— ¡Mamá!, ¿y esto? Te dejé mil carteles con los horarios, le grita su hija.
—No te alteres, es tu padre que esconde la medicación.
—Mamá, papá falleció hace cinco años.