Por Lelia Castro
Luisa Meli recuerda con cariño y dureza su niñez en Cushamen, marcada por la separación de sus padres y la lucha constante de su madre como cocinera en la Escuela N° 15.
La familia se dividió con el tiempo: su hermana mayor, Elvira, se fue a Córdoba, mientras que Luisa y Mercedes se quedaron con su madre y su padrastro, aprendiendo desde jóvenes el trabajo duro del campo.
“Mi padrastro fue un buen padrastro, nos hizo conocer el rigor del trabajo, con mi hermana Mercedes supimos lo que era trabajar con los animales, nos hacían trabajar, tenía 8 años cuando aprendí a hilar. Vivimos en el campo siempre, nosotros manejamos tamango las medias de arpillera para salir al campo, supimos deshojar, supimos curar un animal, esquilar un animal, carnear, todo, con ese padrastro que tuvimos y con mi mamita. Ella nos crió a fuerza de hilado, tejido, ella hilaba, tejía y vendía sus tejidos, y cuando fuimos señoritas nosotros hacíamos lo mismo. Cuando teníamos 13 años hilábamos, vendíamos nuestro hilado, comprábamos perfume y cremas con ese trabajito que hacíamos. Vivíamos con animales, mi padrastro nos crió hasta que nos dejó, cuando fuimos señoras”.
Desde los 8 años, Luisa aprendió a hilar y a trabajar con animales. Ella y su hermana Mercedes se criaron en el campo, enfrentando el frío y la pobreza, pero también adquiriendo habilidades valiosas como curar y esquilar animales.
“Nos criamos con mi mamá, que hilaba, hacía quillango, matras, ponchos, medias. El quillango mi mamá lo hacía con sal, o con alumbre para sobarlo, hacía de chivo, de cordero. Hilaba mucho, para poder criarnos a nosotros. El quillango se hace con cuero de chivo o de cordero, ella lo costuraba con vena de avestruz.
El quillango es un cubrecama es el que se usaba mucho antes, el de chivo y el de cordero; el de chivo duraba más, el de cordero se rajaba o se rompía. Yo aprendí a hacer quillango de guanaco, campera, chaleco, cuando llegué a este lugar, porque acá abundaban los chulengos, el compañero que tenía agarraba muchos chulengos, don Roberto Wenchueque, mi marido”.
La madre de Luisa hilaba y tejía para mantener a la familia, una tradición que Luisa y sus hermanas continuaron. Vendían sus productos para comprar lo esencial, demostrando la importancia del trabajo artesanal en su comunidad.
Recuerda la pobreza en la infancia, donde no tenían zapatillas, sino que usaban los tamangos y medias de arpillera, dichas botitas hechas con cueros de animales, “no tenían que secarse en la noche, no se tenían que endurecer, los poníamos envueltos al lado de la cabecera para ponerlos al otro día húmedos, entonces nos peléabamos por cuál era de quién, el duro o el blandito”, explica.
Luisa se casó y se trasladó a Tecka, donde su esposo encontró trabajo en una estancia. Crió a sus cuatro hijos en Quichaura, enseñándoles los valores del trabajo y la cultura mapuche, a pesar de las adversidades.
Los recuerdos de Luisa abarcan desde su aprendizaje del idioma mapuche con su abuela Carmen Nahuel Tripai, hasta las duras condiciones de vida en el campo. A pesar de no haber aprendido a leer ni escribir, gracias a ella Luisa tiene una rica memoria de su cultura y tradiciones.
“Iba a la escuela, pero dicen que a dormir, porque era chiquita y me quedaba dormida. Entonces no aprendí. Y mi hermana que está conmigo sí aprendió porque mi padrastro le enseñó, y también fue a la escuela. Yo no sé leer ni escribir. De mis otras dos hermanas una tampoco sabe, la otra sí porque fue criada por un maestro y una maestra”.
Asimismo, mantiene la tradición de vestir siempre de pollera, nunca usa pantalones. Así como las comidas típicas que se hacían en su infancia. “Ahora hay mucha diferencia, hoy en día las mujeres no son como nosotros, que aprendíamos a costurar y hacíamos la ropa, los lavábamos, el marido nunca lavó a un hijo, todo nosotras solas lavábamos y criábamos a los hijitos, el marido trabajaba y traía nada más. Yo mis primeros hijos que tuve y me dejó abandonada, nunca me ayudó en nada. Mis otros cuatro hijos que tuve sí, me ayudaban: me tuvo donde él trabajó de puestero, me llevaba, mandaba a los hijos a la escuela, supieron de él, supieron a escribir, que su padre los ayudó. Los otros no, supieron de su padre porque yo sufría, los mandaba de internado de Cushamen a Golondrinas para que ellos aprendan. Cuánto rato me quedaba, me mojaba haciendo dedo para ir a verlos, para llevarles un par de zapatillitas, un caramelo, un pedazo de pan o un cariño a mis hijos. Los veíamos cada dos o tres meses, de la escuela nos llamaban para decirnos que estaban bien, que iban bien en la escuela. Los más chiquititos quedaban conmigo y los más grandecitos los mandaba a la escuela”.
Todo el tiempo realiza un paralelismo en la vida que tenía antes y cómo son las cosas en la actualidad, entre las cuales destaca las relaciones de las personas, como por ejemplo el esfuerzo que se hacía para visitar a los familiares, caminando con los niños a cuestas por leguas, hoy en día muchas familias están cerca y no se ven. Así como cuando alguien no tenía para comer, entre vecinos se ayudaban.
“Antes se caía un caramelo, lo levantabas, lavabas y se lo dabas a tu hijo, hoy en día se tira a la basura, no hay pobreza como antes. Pero antes la gente cuidaba todo, si usted vivía en el campo se cuidaba la sal o el azúcar, tomaban el mate los viejos, antes tomaban mate a partir de los 20 años, y los viejos cuando no tenían yerba, la estrujaban y la dejaban secando en un plato o un fuentón, después la entreveraban con yerba nueva. Hoy en día no, ahora tiramos todo, pero antes sufría mucho la gente, los mapuches sufrían de hambre, pero tenían para comer: en la chacra tenían papa, cosechaban trigo, maíz, choclo, zapallo, cebolla, tenían todo. Hoy todo se compra en los negocios”.
Luisa fue nombrada lonco, una líder dentro de su comunidad, por su fuerte conexión con las prácticas y ceremonias mapuches. A pesar de la falta de reconocimiento y valoración, continúa siendo una figura importante en su comunidad.
Luisa observa con tristeza cómo las nuevas generaciones están perdiendo las tradiciones y el idioma. A través de su historia, ella enfatiza la importancia de mantener vivas las costumbres y el conocimiento ancestral.