- Por Lelia Castro -
Ceferino Antieco habla con la tranquilidad de quien ha construido su vida a fuerza de trabajo y constancia. “Yo soy Ceferino Antieco, un empleado de la escuela acá. Me toca hacer la parte de los asados siempre, y lo hago con mucho gusto”, dice, como si se tratara de algo simple. Pero detrás de esas palabras hay más de tres décadas de historia, compromiso y pertenencia profunda a la escuela y a la comunidad.
"Yo ya hace 32 años que estoy trabajando en la escuela, y siempre me tocó, porque mi cargo, cuando yo entré acá, es de peón de patio, cuando se picaba leña todavía. Y desde ese entonces, a mí siempre me tocó cocinar los asados afuera".
El asado, en Costa del Depa, no es solo una comida: es una tradición que reúne. “La verdad que sí, siempre estábamos… en esta época sabíamos tener corderos”, cuenta. Este año no fue posible, aclara, y se apura a despejar dudas: “No es problema la sequía acá… es porque se echó el reproductor tarde. Cordero hay, pero hay para más adelante”.
"Me tocó picar muchas camionadas de leña cuando no había gas, se calefaccionaba todo con salamandra".
Ceferino trabaja en la escuela desde hace 32 años. Ingresó en 1993 como peón de patio, cuando la escuela se sostenía a fuerza de brazos y leña. De aquella época recuerda picar mucha leña para calefaccionarse. Tampoco había electricidad permanente: “Había unas horas nomás de luz y a la noche había que arreglarse con los maestros, con vela o lámpara”.
"Ahora ya estamos mejor".
Hoy la realidad es distinta. El gas alivió mucho el trabajo diario y el motor funciona mejor, aunque la luz eólica —que supo dar electricidad durante todo el día— ya no está en funcionamiento. Aun así, Ceferino no se queja: “La parte que me toca a mí, siempre lo hago con gana… cocinarle a los chicos a mí me llena de satisfacción”, dice con orgullo. Quizás porque él mismo fue uno de esos chicos que esperaban el asado de fin de año, preparado por un poblador que llegaba especialmente para los actos escolares. Hoy, ese lugar lo ocupa él.
"Yo trato de ponerle todo lo mejor".
La escuela donde trabaja no es una más. Oficialmente es la Escuela N°99 “Manuel y Zenón Antieco”, y lleva ese nombre en homenaje a los pioneros que la hicieron posible. Fue en 1918 cuando, gracias a la iniciativa de esos dos hermanos, se levantó en la zona una humilde escuela rancho de adobe, construida con esfuerzo comunitario para que las familias mapuche-tehuelche pudieran acceder a la educación. “No pidieron ayuda al gobierno ni a nadie, se juntaron entre vecinos”, recuerda Ceferino, transmitiendo un relato que escuchó desde chico en su propia casa.
"Los Antieco fueron dos hermanos que fundaron la primera escuela rancho, con su propio esfuerzo y sus propios medios".
Esa historia lo atraviesa de manera personal. Ceferino es descendiente directo de aquellos fundadores y lleva ese legado con orgullo. Su padre, Don Julio Antieco, nieto de Zenón, dejó también una huella profunda: fue el creador de la bandera mapuche-tehuelche, símbolo de identidad y unión de los pueblos. “La bandera de mi papá la veo flamear en muchos lugares… y eso me orgullece mucho”, cuenta. Don Julio, además, aprendió a hablar español en esa misma escuela, la misma que hoy Ceferino cuida, mantiene y sostiene día a día.
"Mi padre, a través de un sueño, dejó creada una bandera que hoy lo representa en toda la provincia y afuera también".
Por sus aulas pasaron generaciones enteras. “Muchos niños, muchos docentes… hemos hecho muchas amistades”, dice. Vínculos que perduran en el tiempo: antiguos maestros que ya no trabajan allí, pero que todavía se acercan a saludarlo cuando andan por la zona. Señales claras de que el trabajo silencioso también deja huella.
"Mi papá dejó la bandera para la unión de los pueblos".
Antes de despedirse, Ceferino agradece, como hace siempre. “Como personal, tratamos de que la escuela vaya para adelante todos los días, poniéndole empeño”. No hay reclamos, no hay lamentos. Solo la convicción de estar cumpliendo un rol necesario.
Agradecemos a la comunidad educativa de Costa del Lepá por abrirnos sus puertas y permitirnos oír estas palabras. También agradecemos a Ceferino por contarnos su historia y dejarnos compartirla.