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05 de Octubre de 2025
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“Cuando un paciente te necesita, esa es la primera elección”

Desde Rosario a Esquel, Dolores Morán dedicó su vida a la neurología y al cuidado de sus pacientes. Médica por vocación, construyó su camino con esfuerzo, amor y humanidad, dejando huella en la salud pública patagónica. 

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- Por Lelia Castro - 

 

“Yo nací en Arroyito, en el glorioso barrio de Arroyito, por supuesto soy de Rosario Central, no sé si eso importa, pero hay que decirlo”, dice nada más comenzar Dolores Morán, que llegó a Esquel hace 32 años, desde su Rosario natal. Nacida en Santa Fe, su niñez transcurrió entre juegos en la calle y la calidez de una madre que la crió sola, tras la temprana muerte de su padre.

 

“En mi niñez jugábamos en la calle, nos llamaban las madres a comer después de estar toda la tarde totalmente despreocupados porque nada pasaba en ese tiempo, así que fue muy feliz, con muchos amigos y con una vida muy libre”. 

 

“Mi papá murió cuando yo tenía dos años, así que el recuerdo siempre es el de mi madre”, recuerda con ternura. Su madre, figura central en su vida, fue quien, con trabajo, esfuerzo y amor, sentó las bases de lo que Dolores y su hermana, hoy psicóloga, llegaron a ser. “Nosotras le debemos todo lo que somos a nuestra madre”, afirma con orgullo.

 

“Nosotras le debemos todo lo que somos a nuestra madre, que nos crió, que trabajó, que se ocupó de educarnos. Tenía poco tiempo, pero era de mucha calidad, entonces nos enseñó cómo ir por la vida”. 

 

Desde chica, Dolores supo que quería ser médica. Ingresó a la Universidad Nacional de Rosario y no tardó en encontrar su camino dentro de la medicina: “Desde que entré a la facultad sabía que lo que quería hacer era eso”. En 1987 se recibió, pero ya desde 1981 estaba inmersa en el mundo médico, haciendo guardias, internados, residencias y jefaturas: “Estoy orgullosa de haber estudiado en Rosario. La UNR es una gran universidad”.

 

“Los años de estudio y de residencia te unen a mucha gente y muchos de ellos todavía nos seguimos viendo cada vez que podemos”. 

 

El cambio llegó casi sin planearlo: “Yo creo que es el destino. En algún momento una amiga me invitó a pasar unas vacaciones acá y nos vinimos”. Además, nos cuenta, siempre quiso vivir en un lugar más chico, “donde realmente sos visible”.  Así fue como Esquel se convirtió en su hogar, donde formó su familia y donde, por muchos años, ejerció la medicina, primero en el ámbito privado y luego en el hospital público.

 

“Esto no es inseguro para nada. Y acá se puede seguir criando a los chicos con mucha libertad y con mucha tranquilidad. Pasan cosas, como en cualquier ciudad, pero sigue siendo un lugar que uno puede elegir para tener su familia”. 

 

No fue fácil llegar al sistema de salud estatal. Según nos cuenta Dolores, fueron 11 años trabajando en el privado antes de tener su oportunidad: “Nunca podía ingresar a la medicina pública, que era de donde yo venía, lo que yo amaba”. Pero finalmente logró ese lugar tan esperado, y allí se quedó hasta su jubilación.

 

“Necesariamente, cuando uno elige algunas cosas, después paga esto. Yo tuve que dejar a mi familia mucho tiempo, pero se pudo”. 

 

Dolores reconoce que no habría podido hacerlo sola y agradece, en primer lugar, a su marido quien la acompañó y apoyó durante toda su carrera. Pero también agradece a Tati: “Tuve un gran ángel en Esquel que se llamaba Tati y que es quien crió a mis hijos”. 

 

“Gracias a Tati y gracias a mi marido, yo pude hacer todo lo que hice en Esquel”.

 

La neurología es una especialidad compleja, a veces dura, que exige estudio constante, paciencia y empatía. “En realidad no podemos estar sin capacitarnos. O sea, sí, se puede estar, pero no es lo correcto, ni por nosotros ni menos para el paciente”, nos cuenta Dolores, en una clara demostración de cuán en serio se toma su trabajo y el bienestar de quienes recurren a ella. 

 

“Siempre hay mucha necesidad, hay mucha demanda. Se necesita más de un neurólogo, claramente, en Esquel. Por eso, por suerte, ahora está Ezio Tracanna, que quedó en el hospital”.

 

Su día a día en el hospital era intenso: consultorios, interconsultas, estudios, emergencias. Y una realidad que enfrentó durante años: ser la única neuróloga clínica en Esquel, ahora, afortunadamente, tiene con quién comunicarse y dialogar ante cualquier eventualidad: Ezio Tracanna. 

 

“En el medio de esa elección que uno hace hacia la carrera, a veces dejas cosas atrás. Quizás uno no está tanto tiempo con su familia, con sus hijos y cuando te diste cuenta crecieron y se fueron a estudiar, pero bueno, son elecciones. Es muy difícil estar en todo, pero cuando un paciente te necesita, esa es la primera elección”.

 

Pero la medicina no es solo ciencia y acción, Dolores lo aprendió a lo largo de su carrera: “Hay un concepto de que el médico no tiene que sentir. O sea, el médico lo que tiene que hacer es actuar, porque no es el que está sufriendo y el que está poniendo el cuerpo, pero eso no quita que uno pierda humanidad. Uno lo que aprende es a poner una coraza para poder actuar, poder desenvolverse y poder decidir, pero siempre siente, siempre se siente”. 

 

“Nosotros hacemos una especialidad muy crónica donde tomamos pacientes y hacemos diagnósticos. Hay pacientes que pueden estar 10, 15, 20 años más con nosotros y ahí es donde también ingresa la familia, donde terminamos siendo, no digo parte de la familia, pero sí testigos de lo que va pasando, cómo se va desarrollando, cómo van interactuando y sí, uno va tomándoles mucho cariño y es muy difícil a veces la despedida”.

 

Las despedidas de pacientes crónicos son quizás lo más doloroso, nos cuenta Dolores, sobre todo ante la pérdida de aquellos pacientes a los que acompañó durante muchos años y con los que estableció un vínculo especial. Pero también hay momentos luminosos como cuando un paciente se recupera y acude a visitarla para compartir su alegría con ella: “Es el momento más lindo, son esos momentos que uno nunca olvida”.

 

“Lo que aprendemos es a actuar más allá de nuestro sentimiento y a poder trabajar con el paciente y con la familia, porque los que están sufriendo y los que están padeciendo son ellos, pero nosotros lo sentimos también. No hay médico que no lo sienta”. 

 

Ante las duras realidades que atraviesan sus pacientes, Dolores debe intentar resguardarse. Una de las herramientas clave para mantenerse en pie durante todos estos años fue hacer terapia, pero también, comenta, fue caminar y desprenderse en el camino de todo aquello que le afectaba, aunque no siempre funcionaba: “La carga la verdad que debe haber sido muy difícil para mis hijos porque estoy convencida de que, a pesar de las estrategias, uno llega con la carga”. 

 

“Al principio yo hacía bastante pediatría hasta que me di cuenta que una cosa es querer ayudar y otra cosa es poder ayudar. Y la verdad que si uno no hizo la especialidad de neuropediatría no puede ayudar desde la clínica. Puede, quizás sí, colaborar con algo, decir qué piensa, pero siempre la figura del neuropediatra tiene que estar, que es un déficit que tenemos en Esquel”.

 

Al consultarle sobre todo  lo que le brindó su profesión, Dolores es clara: le enseñó a escuchar y entender, en fin, a ser más humana. Pero lo más importante: “Me ayudó a saber que no se terminaba todo en nuestras vidas, que había un montón de otras vidas y un montón de otras experiencias”. Además, le permitió formar un gran equipo de trabajo con quienes ayudó a cada paciente a atravesar el diagnóstico de la manera más amena posible. 

 

“Generalmente cuando las cosas salen bien se referencia mucho hacia el médico, pero la verdad es que el médico sin el equipo de salud no es nada, porque no puede hacer nada. Puede hacer diagnóstico, puede revisar a un paciente, pero no puede hacer medicina, y menos de calidad. El equipo de salud es fundamental para el paciente”.

 

Ya jubilada, Dolores no tiene deudas con sus sueños. “Yo siempre soñé con ser médica y fui médica, después ser neuróloga y fui neuróloga, y después tener una familia y tengo una familia”, sostiene con satisfacción. Sus hijos son su mayor orgullo y no sólo por sus logros, sino porque son buena gente. 

 

“El valor de la vida es esto: es poder decir que mis tres hijos son tres buenas personas. Eso para mí es fantástico”.

 

El día de su despedida en el hospital fue sorpresivamente emotivo. Engañada, Dolores se acercó a la dirección para despedirse formalmente, sin embargo, se encontró con un merecido homenaje a su trabajo. Dolores se jubiló, pero no se retiró del todo: continúa trabajando en el ámbito privado. “Me siento útil. Creo que todavía mi cabeza está bien como para seguir trabajando, en el momento en que note que no es así, me iré ya del privado también”. 

 

“Sería bueno volver a eso: volver a lo vocacional y poder brindarnos un poquito más sin tantos reglamentos, ni tantos tiempos que nos tienen tan apurados y que a veces no nos dejan ver el alma del otro, que es lo que tenemos que ver”.

 

Dolores se encargó de transmitir sus sabiduría y siempre remarcó a su equipo y a los residentes que lo que importa va más allá de un buen diagnóstico: “Nuestro norte es el paciente, así que trabajemos en pos de eso. A veces podemos brindar un poco más de tiempo, ganar un poco menos de dinero, pero eso que estamos dando es fundamental”. 

 

“Un día pensando dije: ‘Yo no hubiese hecho todo esto que hice en Rosario’. Sí hubiese trabajado, pero este día a día, esto de conocer y que me conozcan, no se si me hubiese pasado. Esquel me dio mucho amor”. 

 

Agradecemos enormemente a la Doctora Dolores Morán por brindarnos estas hermosas palabras y dejarnos conocer un poco más de su vida. También agradecemos a Esquel Diagnóstico por permitirnos usar sus instalaciones para realizar esta entrevista. 
 

 

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