Cuando hablamos de inflamación, solemos pensar en los alimentos como el principal factor. Sin embargo, el cuerpo no funciona de manera aislada: la forma en que gestionás el estrés, tu descanso y hasta tu estado emocional pueden ser determinantes en la inflamación crónica.
Estrés, cortisol e inflamación: una conexión directa
El estrés crónico activa una respuesta en el cuerpo que, a largo plazo, puede favorecer la inflamación sistémica. Cuando estamos en constante estado de alerta, las glándulas suprarrenales liberan cortisol, una hormona que, en niveles elevados y sostenidos, altera el metabolismo, la regulación de la glucosa en sangre y la respuesta inmunitaria.
Estudios científicos han demostrado que un exceso de cortisol puede:
-Aumentar la permeabilidad intestinal, favoreciendo el desarrollo de inflamación digestiva.
-Desregular el sistema inmune, incrementando la susceptibilidad a enfermedades inflamatorias.
-Dificultar la reparación celular, lo que puede acelerar el envejecimiento y afectar la recuperación muscular.
-Alterar la microbiota intestinal, promoviendo un entorno propenso a la inflamación crónica.
¿Por qué podés seguir inflamada a pesar de comer saludable?
Si bien la alimentación juega un rol clave en la reducción de la inflamación, no es el único factor. Una dieta antiinflamatoria puede ser insuficiente si no se trabajan otros aspectos como el manejo del estrés, la calidad del sueño y la actividad física.
Además, es importante recordar que no todos los alimentos saludables son adecuados para todas las personas. Algunas personas pueden experimentar inflamación con ciertos alimentos como las solanáceas (tomate, berenjena, morrón), los frutos secos o los lácteos, incluso si estos son considerados nutritivos. Es por eso que un enfoque personalizado es clave.
Estrategias para reducir la inflamación más allá de la alimentación
Si querés abordar la inflamación de manera integral, es fundamental trabajar en:
-Gestión del estrés: Prácticas como la meditación, la respiración consciente o el contacto con la naturaleza pueden ayudar a reducir los niveles de cortisol.
-Optimización del sueño: Dormir al menos 7-8 horas de calidad favorece la regulación de la inflamación y el metabolismo.
-Movimiento diario: El ejercicio moderado ayuda a equilibrar el cortisol y mejora la sensibilidad a la insulina.
-Tiempo de descanso y desconexión: Evitar la sobrecarga de estímulos y encontrar momentos de calma es clave para la recuperación del organismo.
-Alimentos que apoyan la microbiota intestinal: Incorporar fermentados como yogur natural sin azúcar, kéfir, chucrut o kimchi, además de prebióticos como la avena, la cebolla o el ajo, puede favorecer la salud digestiva y reducir la inflamación desde el intestino.
Y si bien el cuerpo tiene mecanismos naturales para regular la inflamación, en algunos casos puede necesitar apoyo extra:
-Adaptógenos como la ashwagandha o la rhodiola pueden ayudar a modular el cortisol.
-Suplementación con omega-3, magnesio o vitamina D puede favorecer la función antiinflamatoria.
Importante: La suplementación debe ser siempre personalizada según las necesidades de cada persona, ya que lo que funciona para una puede no ser adecuado para otra.
Conclusión
La inflamación no es solo una cuestión de qué comés, sino también de cómo vivís. Abordarla de forma integral, teniendo en cuenta el estrés, el sueño, el movimiento y el apoyo adecuado, es esencial para alcanzar un verdadero bienestar.
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