- Por Marisa Gómez-
Tres de la tarde y nadie en el pueblo. Solo Luisa y Juana que atraviesan la plaza. Son inseparables desde el jardín de infantes.
Luisa traga saliva, y le pregunta con insistencia a Juana si está segura de lo que va a hacer.
Sí, contesta Juana. Apurate.
Luisa insiste, no es joda, tenés que estar segura.
Juana que va unos pasos más adelante, no dice nada. Después caminan diez cuadras. Mientras Luisa se abanica con una rama de fresno, Juana patea las piedras que encuentra en el camino. Llegan a las vías del tren. Dos perros galgos negros a los que les pueden contar los huesos las miran con esos ojos llenos de tristeza y las siguen. En una esquina Juana se detiene indecisa, es por allá, tenemos que pasar el cementerio.
¿Estás loca?, no me gusta ese lugar, tengo miedo, protesta Luisa.
Juana le grita mientras se apura, voy sola, no te necesito, la decisión está tomada, ése se borró, no quiso saber nada. Ahora ni me atiende el teléfono.
Detrás del cementerio, en el monte de eucalipto, llegan a una empalizada con postes viejos, una casucha de chapa más adentro y un tacho de basura lleno de moscones que parecen bolas negras.
Luisa mira a Juana entre las gotas de sudor que le caen por la cara y le empapan el cuerpo, ¿y si le contamos a mi mamá?
Estás loca, en un parpadeo se enteran mis viejos y mi padre me muele los huesos, a mí y a mi vieja. En casa cuando éramos chicas con mi hermana, caminábamos un punta de pié para no alterar su psiquis, es un juego decía mi madre. De grande entendí que no lo era.
Juana golpea las manos y sale una mujer joven, con batón negro y el pelo recogido, junto a cinco perros que las torean como si fuesen diablos.
¿Se puede saber por qué tanto alboroto?, la mujer les habla a los perros que se calman al instante.
Luisa hace un paso hacia atrás y Juana se adelanta, ¿usted es la Madame?, una amiga me dijo de usted…
La mujer la interrumpe, ¿te dijo también que soy cara? ¿De cuánto estás?, y mira la panza de Juana que levanta los hombros.
Estas pendejas de ahora, no saben ni cuándo la ponen, les dice y azota el repasador sobre el portón de chapa que se abre.
Entren, a mis perros no les gusta la carne de chicas lindas como ustedes. Siempre vienen guachas blanquitas, y me vienen a ver a mí, a la Madame, a esta negra, mirá si estarán desesperadas, y se ríe. Las carcajadas se les meten debajo de la piel junto al crujido del portón.
Luisa y Juana esquivan los perros, y entran.
Vení, vos a la pieza, la otra se queda. No quiero chusmas.
Luisa observa el comedor iluminado, lleno de cuadros de colores y un florero con rosas rojas y blancas. Le gusta, le da tranquilidad.
Juana sale de la pieza con un manojo de yuyos, en dos días, largás todo como un volcán. Después tomás estás pastillas. Y si no, te espero, para lo otro.