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01 de Junio de 2025
sociedad |
Marisa Gomez

La borra de café

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-Por Marisa Gómez -

 

 

Clotilde visita a la hermana en La Elena, una estancia en la provincia de Santa Fe. Hace tres días murió su marido. 

 

En la cena las hermanas brindan por su reencuentro. Hace dos años que no se ven. 

 

Clotilde le dice que solo puede quedarse los días necesarios para hacer la limpieza espiritual de la casa. Eliminar las energías negativas y restaurar el flujo de la positividad. Después de la cuarta copa de champagne, confiesa que hace más de un mes, mientras disfrutaba el calor a orillas del Sena, se le presentaron dos rostros en la borra del café. A uno lo reconoció enseguida, era el del esposo de su hermana, inconfundible, oscuro como siempre. Al otro no pudo identificarlo, era un hombre pero sus rasgos aparecían  demasiado borrosos. 

 

Ana se mueve inquieta y le pide que haga un esfuerzo para decirle algo de ese otro rostro. Clotilde contesta con evasivas, dice que no es fácil decodificar las imágenes, que hay que esperar que el tiempo se encargue de las respuestas. 

 

Los días siguientes, Clotilde se levanta antes de las seis, se coloca un batón negro largo, un turbante plateado. Abre su valija y saca una bolsita.  Recorre el predio de la casa con una pluma en la mano mientras reza y al agacharse en cada puerta hace la señal de la cruz y pinta en el suelo una bocha como si fuese una calavera. La segunda vuelta rocía con vinagre. Y la tercera camina dando la espalda a la casa. A eso le llama armonización.

 

En cada vuelta, el corazón se le acelera, al llegar a la puerta del escritorio donde encontraron el cuerpo del difunto sentado en un sillón.
Ese recinto se cerró y nadie entra, le dice Ana. Clotilde insiste pero la hermana se niega.  

 

Una mañana, mientras Ana se va con el capataz al pueblo para hacer las compras, Clotilde aprovecha y al entrar por una ventana se le presentan como un cuadro las dos imágenes de la borra del café. Revisa los cajones del escritorio, y entre cientos de papeles encuentra una botella de whisky, se sirve una copa y después otra. Se sienta en el sillón del muerto, respira hondo, cierra los ojos. 

 

Un hombre parado, una mujer en el suelo con la cara ensangrentada que se arrastra por el piso, y la sombra de otra persona más atrás. 

 

La mujer tirada en el suelo es su hermana. Después ve una mano de hombre y un polvo blanco que cae en el whisky. Por último ve a su cuñado agarrarse la garganta y caer al piso. Y de golpe todo se vuelve negro. Unas  risas en el pasillo de al lado la hacen volver. Es la voz su hermana y del capataz, hay que esperar que se vaya la loca de mi hermana, ésa, que se cree vidente, embustera.  

 

Esa noche, Clotilde le dice a Ana que ya terminó con la limpieza y que está lista para irse, y mientras prepara su valija, piensa en sus visiones.  
En la estación de tren se despiden.

 

Gracias hermana, te voy a extrañar, le dice Ana mientras la abraza y besa. 
Clotilde, le susurra en el oído, ¿fue veneno de ratas lo que le pusieron en el whisky?  
 

 

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