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11 de Septiembre de 2025
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Pablo Das Neves

Argentina en el límite: el fin de la paciencia

El Gobierno hizo bien en empezar a romper la inercia de tasas inviables.

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El resultado de la última licitación dejó una señal política y macroeconomica que no conviene subestimar: el Gobierno no renovó el 100% de los vencimientos, pero evitó convalidar tasas prohibitivas en el tramo corto como venia haciendo.

 

Después de semanas en las que el Gobierno otorgaba rendimientos que asfixian el crédito y la actividad, la moderación de tasas luce como un primer reconocimiento de límites: a este nivel de costo del dinero no hay rebote posible en la economía real. El alivio fue parcial -hubo instrumentos que quedaron desiertos-, pero el gesto importa porque empieza a alinear incentivos: menos tasa hoy para no matar la actividad económica y, a la vez, preparar el terreno para algo esencial en 2026-2027 -volver a tomar deuda a precios pagables-. La secuencia de shock sin amortiguadores que vimos tras el golpe electoral en la provincia de Buenos Aires fue un recordatorio de que la política te marca el costo financiero todos los días: el lunes posterior a la elección, el Merval se hundió ~13% y el peso se devaluó fuerte, con un salto de la prima de riesgo que complicó cualquier aspiración de financiamiento barato.

 

 

Bajar el riesgo país dejó de ser un desiderátum académico y pasó a ser una restricción operativa: con el EMBI de Argentina orbitando nuevamente en torno (o por encima) de los 1.000 puntos tras el tropiezo bonaerense, cualquier emisión externa se vuelve inviable o carísima. La lógica es simple: a 1.000 bps de spread, el cupón de un bono a 10 años difícilmente baje del doble dígito; con esa tasa, la aritmética fiscal no cierra, no hay ajuste que sirva y la inversión privada se paraliza o se destina a otras jurisdicciones. 

 

 

De hecho, en la región vemos otra película. Brasil, pese a que tiene un Gobierno menos market friendly que Argentina, volvió con éxito a los mercados este año: reabrió un bono a 5 años a 5,20% y emitió a 10 años a 6,73%; incluso colocó un titulo a 30 años que se convalidó en torno a 7,5%. Esto no es casualidad: al mercado le gusta la disciplina fiscal relativa, un banco central creíble y, sobre todo, previsibilidad política.

 

 

Brasil, pese a que tiene un Gobierno menos market friendly que Argentina, volvió con éxito a los mercados este año: reabrió un bono a 5 años a 5,20% y emitió a 10 años a 6,73%; incluso colocó un titulo a 30 años que se convalidó en torno a 7,5%.

 

 

Colombia, aun con deterioro fiscal, pudo emitir 4.100 millones a cupones de 3,75%5,00% y 5,625% -en euros- y encima canjeó parte de sus vencimientos en 2026, suavizando su perfil de deuda. La demanda superó €25.000 millones

 

 

Es un dato incómodo para nosotros, pero útil: incluso un soberano con rating en presión y déficit proyectado alto logra fondearse si ofrece un sendero de manejo de pasivos creíble, un relato fiscal con anclas, y nuevamente previsibilidad política. 

 

 

Chile, por su parte, sigue siendo la joya de la región. Conserva acceso precautorio de lujo: mantiene la Línea de Crédito Flexible del FMI por ~US$13.800 millones, un sello de calidad institucional que reconoce reglas fiscales y monetarias confiables y que, de paso, abarata el costo de su curva externa. Esa es la vara en la vecindad, pero también regla en América Latina. 

 

 

México, aun lidiando con un déficit 2025 en torno a 4,3% del PBI , un gobierno pupulista, y crecimiento modesto, proyecta reducir el rojo en 2026 con mercados abiertos -una normalidad que Argentina perdió hace años y debe recuperar si pretende refinanciar sus picos de vencimientos del próximo año a tasas razonables-.

 

 

En este mapa, el FMI no es un actor accesorio: tiene "skin in the game" y lo sabe. El programa por US$ 20.000 millones -con desembolsos recientes y condicionalidades en reservas, fiscal y marco cambiario- es tanto un salvavidas como un corsé. Hay dependencia mutua: al Fondo no le conviene un fracaso argentino por reputación y exposición; a nosotros, menos. 

 

 

Luis Caputo y el mayor acreedor de Argentina: el FMI que lidera la búlgara Georgieva

 

Pero la historia enseña que la paciencia tiene límites y los objetivos se endurecen cuando la política se enreda. En estas horas, el propio organismo viene siguiendo y avalando -con matices- el uso de herramientas para contener la volatilidad cambiaria, al tiempo que insiste en recomponer reservas y darle previsibilidad al régimen monetario. Es la síntesis de la relación: respaldo sí, pero contra resultados verificables.

 

 

Estados Unidos también está, y no por caridad. Interés geopolítico, estabilidad regional y orden con el FMI son vectores reales. Lo advirtió el mercado cuando operadores como Scott Bessent subrayaron el involucramiento americano. El problema no es la presencia de Washington, sino la tentación de creer que alcanza. La diplomacia financiera de EE.UU. es eminentemente pragmática: acompaña si hay cumplimiento, reformas y gobernabilidad; se retrae si percibe deriva o riesgo reputacional. Es un apoyo condicional, no un sustituto de la tarea doméstica. 

 

 

En el mientras tanto, el resto de la región hace los deberes para no pagar la cuenta de la volatilidad global: Brasil ancló expectativas con una Selic de 15% mientras la inflación cede en el margen; las monedas latinoamericanas, con matices, llevan una apreciación real superior al 5% en el año, según BofA, algo que abarata el pass-through externo y sostiene la narrativa de activos en moneda local. Ese viento de cola no nos alcanza si navegamos con el timón suelto.

 

 

 

Milei recibió a Bessent en Casa Rosada.

 

De acá a octubre, la elección no es solo un parte de guerra político: es el pricing de 2026. Los mercados ya mostraron qué pasa cuando se percibe fragilidad de gobernabilidad: caen acciones y bonos, sube el dólar y se encarece el riesgo. Si el resultado construye alternativas operativas para el oficialismo, el spread puede comprimirse y, con él, el costo financiero de salir al mercado. 

 

 

Si, por el contrario, el oficialismo pierde consenso, la prima de riesgo seguirá en cuatro dígitos y el Tesoro tendrá que financiarse caro en pesos, con una economía que no tolera ese apretón. En el barrio, los vecinos colocan a 5-7% en dólares o a cupones similares en euros; nosotros seguimos discutiendo si podemos siquiera mostrar un marco que habilite una tasa en un dígito alto. El escenario es realmente complejo. Esa es la distancia que hay que cerrar y el sentido de la jugada de bajar tasas locales ahora: no es "market friendly" por simpatía, es supervivencia macro.

 

 

La conclusión, incómoda pero honesta, es que el Gobierno hizo bien en empezar a romper la inercia de tasas inviables, porque sin crédito no hay inversión ni crecimiento, y sin crecimiento no hay consolidación fiscal que aguante. El siguiente paso es bajar el riesgo país con señales verificables -plan de financiamiento, hoja de ruta en reservas, consistencia fiscal y, sobre todo, gobernabilidad- para poder volver a emitir afuera en condiciones que no hipotequen el Presupuesto. El FMI va a estar, EE. UU. también, pero ninguno de los dos reemplaza el veredicto que emiten los mercados cuando ven una trayectoria posible. Y esa trayectoria, para bien o para mal, se plebiscita en octubre.

 

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