RED43 opinion
14 de Septiembre de 2025
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Marisa Gomez

Filomena

Por Marisa Gómez. 

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El viento helado sopla arrogante pero, no doblega los cardones que vigilan el valle. 
Los caminos se pierden en lo alto de la montaña y se juntan con el celeste del cielo. El sol despunta detrás, en el instante en que Filomena, tambaleándose, sale del rancho.  
Las ráfagas la castigan como si fuese una forestara aunque haya nacido y vivido en medio de las llamas y los cardones. Se detiene. Se acomoda el gorro de pelo de llama que tejió con sus propias manos y sus ojos, más oscuros que la noche, escrutan la entrada al rancho. Nada se mueve ni se oye. Se pone el poncho de Pedro, pesado y húmedo. Y encima la manta a rayas y la niña. Mira por última vez el rancho que compartió con ese hombre, Pedro, que podría haber sido su padre. Se da vuelta y echa a correr.
Corre todo lo que puede con los pies descalzos mientras sus gritos se escuchan del otro lado de las sierras. Cuando la respiración no la deja seguir, se detiene y acomoda a la niña. El sol ya le pega en la cara. Levanta la vista y ve unos cóndores que planean como escoltándola por el camino, cuesta arriba. Le aparece un dolor en la boca del estómago que la tira a un costado del sendero. Son los pies que sangran. Se saca la bolsa que cuelga en su espalda y el poncho. Su niña aún duerme. Se sienta sobre una piedra a un costado de un arroyito y limpia los pies. Los envuelve una y otra vez, con tiras que arranca de su pollera. Sigue caminando una hora más. De vez en cuando levanta la cabeza, y ahí están los cóndores, esplendorosos y dueños del cielo. Eso quiere Filomena, esa libertad, si pudiera volar…
Ahora va por la ruta que encontró. Una camioneta frena, el muchacho abre la ventanilla, ¿vas a Cachi?, subí, le dice. 
Filomena apenas asiente con la cabeza sin detenerse.
El muchacho baja, camina unos pasos, se enfrenta a Filomena, la sostiene por los hombros y al mirarla, lo conmueven el labio partido y la cara ensangrentada. 
¿Quién te hizo eso?, subí, le dice, te llevo al hospital, en Cachi.
Filomena mueve la cabeza para un lado y el otro, y después, su mirada queda detenida en el suelo. 
¡Vamos!, subí, le repite. 
Filomena levanta los hombros y después le da la espalda. 
¿Es tu hijo?, le pregunta señalando el bulto que cuelga.
Filomena manipula la bolsa, de atrás hacia adelante, muestra la criatura.
El muchacho se queda mirando el gorro con los siete colores del cerro y los cachetes gordos que le esconden los ojos.  
Filomena camina unos pasos, se sienta en una piedra que sobresale al costado del camino y la prende a su teta pero la niña da chupadas espaciadas, así que Filomena le saca el gorro, le pasa la mano áspera por la frente, la mueve, la cambia a la otra teta pero, tampoco la ve con fuerzas. 
El muchacho se da cuenta de que la niña no responde. 
Subí a la camioneta, le dice, vamos a Cachi. 
Filomena corre a sentarse en la caja pero, el muchacho le grita, ahí no, acá conmigo.
La camioneta sube la cuesta y se pierde entre los cóndores.

 


Marisa Gomez

 

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