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07 de Septiembre de 2025
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Miguel Hernández, el hombre que eligió sembrar futuro en la estepa patagónica

En un rincón olvidado de la estepa patagónica, Miguel Hernández no solo cuida, también cultiva comunidad, futuro y dignidad. Policía, productor y vecino, eligió sembrar donde otros no pudieron quedarse.

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- Por Lelia Castro -

 

“Si a mí me dicen que no voy a poder, yo les voy a hacer la contra y yo sé que voy a poder. O sea, es mi perfil psicológico”. Así, sin dudarlo, Miguel Hernández resume la filosofía que lo ha guiado durante toda su vida. Con varios años de servicio en la policía, Miguel no sólo es el encargado del destacamento policial del paraje Las Bayas; es también un referente, un vecino, un productor agropecuario y, sobre todo, un hombre que decidió quedarse en un rincón olvidado del mapa para construir algo más grande que un simple puesto de trabajo: una comunidad viva.

 

“El destino fue de la siguiente manera, porque conseguir un personal para el ambiente rural es medio complicado. No hay perfil hoy en día de empleados de instituciones que sean de extracción rural”.

 

Miguel nació en San Carlos de Bariloche, pero su infancia transcurrió entre trenes y cañadones: “Cuando tenía vacaciones o un fin de semana largo, lo primero que hacía era sacar pasaje para Comallo. Me iba en tren y ponía un aviso en la Radio Nacional. Bajaba mi tía a buscarme a caballo desde el campo”, recuerda y asegura que su destino siempre fue la ruralidad. Ese campo fue denominado Cañadón Bonito, aunque él prefiere su antiguo nombre, Cañadón Barullo por el ruido que surgía del paso.

 

“El sentido del trabajo de la función es netamente social. Eventualmente ocurren hechos ilícitos o delictivos, pero son cada vez menores”.

 

A los 11 años, por trabajo de su padre, se trasladaron a San Rafael, Mendoza, y más tarde, a los 18, Miguel ingresó a Gendarmería Nacional. Siempre admiró la labor de sus tíos Bernardino y Rolando, que habían sido gendarmes, y con el tiempo, descubrió que quería ser como ellos. Sin embargo, Miguel también intentó estudiar en un Magisterio pero, como él mismo relata, desistió y abandonó.

 

“El paraje Las Bayas está inserto en la zona de estepa, distante de la ciudad de San Carlos Bariloche hacia el Cardenal Este, unos 84 kilómetros. O sea, Bariloche lo tengo hacia el Cardenal Oeste, 84 kilómetros”.

 

Miguel volvió al campo, hasta que su hermano lo convenció de no desperdiciar los años de servicio. Así es como ingresó en la policía, donde ya lleva 22 años. Pasó por cárceles, la unidad montada, caminera y, durante 10 años, en la brigada rural. Hace un par de años, le ofrecieron un destino en el destacamento de Las Bayas, un lugar donde muchos antes que él no habían logrado quedarse. Gracias a su personalidad perseverante, no sólo se instaló exitosamente sino que se ganó la estima de la gente.

 

“Uno entiende por qué fue el tema del desarraigo. A partir del 83, digamos que hubo una metodología por parte de la intendencia que hacía que sacaban a los chicos del contexto rural y los hacían cursar la escuela en los pueblos. Entonces, durante todas las estadías en los pueblos, los chicos iban asimilando su vivencia en la zona urbana. Después, cuando terminaban la escolaridad, era muy difícil que volvieran a su terruño. Se fueron desligando”.

 

El Paraje Las Bayas tiene apenas 10 a 15 habitantes permanentes. Como comenta Miguel, no hay niños sino que la población se constituye casi exclusivamente por adultos mayores. Al respecto, nos explica que el desarraigo comenzó en la década de los 80, cuando los chicos eran enviados a estudiar a los pueblos y no regresaban más.

 

“Lo tomé como un desafío, porque los que habían venido antes habían fracasado en su permanencia”.

 

A pesar del aislamiento, Miguel ha logrado ganarse el respeto y la confianza de los vecinos. El comienzo fue difícil, nos cuenta, porque históricamente la policía rural era vista como enemiga, aliada del terrateniente. Sin embargo, las numerosasmejoras que implementó durante sus años de servicio, lograron que la comunidad lo aceptara. Miguel no solo es policía. También es productor agropecuario, recibió el poder para encargarse de un campo que llevaba 40 años abandonado, y lo convirtió en un proyecto colectivo junto a otros paisanos.

 

“Cuando llegué acá, lo más complicado fue el tema de lograr una cohesión, un diálogo con el pueblo originario, digamos, con el poblador común. Hasta que se dieron cuenta que yo soy un paisano más, alguien no ajeno a ellos”.

 

También es carpintero, herrero y músico. Lejos de aburrirse, sus días “se hacen cortos”, porque siempre está proyectando algo nuevo.

 

“Esa es mi concepción. Si yo como, quiero que el paisano mío también coma”.

 

Respecto a su trabajo en una institución, nos asegura que la seguridad es un sentimiento. Y Miguel lo hace desde todos los frentes: gestiona notas, instala sistemas de agua, imprime guías rurales, y hasta habilitó una oficina y un refugio de emergencia para quienes quedan varados por la nieve.

 

“Nosotros debemos desarrollar en nuestra humanidad nuestros proyectos dentro de un ambiente de calma, que nos asegure proyectarnos a diferentes actividades. Y eso lo brindamos las instituciones:el tipo que está en Bomberos, el que está en Salud Pública”.

 

“Nosotros, los argentinos, trabajamos sobre la emergencia. Pero hay que anticiparse”, reflexiona. Ya está gestionando una perforación de agua con bomba solar, porque sabe que si no nieva, el verano traerá sequía. No se detiene, porque no sabe vivir de otra manera.

 

“Con la camionetita mía hago el acopio de la basura porque hay gente que no tiene vehículo, y como yo no quiero que quemen acá porque se nos va a ir el fuego, paso casa por casa”.

 

Si hay algo que caracteriza a Miguel y a su función es el deseo de que todo sea lo más amigable con el medioambiente posible. Si bien reconoce que este tema fue difícil de abordar con los vecinos, finalmente lo logró.

 

“A veces hay que dejarse de lado y procurar que todos, en conjunto, tengamos una mejor calidad de vida”.

 

Pese a la soledad del paisaje y de su trabajo, Miguel no lo cambiaría. Al pensar en un futuro, sueña con tener una casa propia en medio de la estepa, el lugar que lo hace feliz.

 

“El ser humano perdió el respeto por todo, por el animal, por el medio ambiente, por aquellas cosas que están en el ambiente pero uno no las ve”.

 

En un país donde lo rural parece cada vez más lejano, Miguel Hernández no solo eligió quedarse, eligió sembrar. “No importan las condiciones en que estén, nunca se dejen estar y siempre proyecten. Lo más fácil es quedarse quieto y apagarse, pero hay que ser como una llama”, nos dice a modo de despedida.

 

Agradecemos a Miguel por el hospedaje, la comida, los buenos mates y las palabras.

 

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