03 de Abril de 2018
sociedad |

Ante un auditorio colmado Wences Casares compartió su inspiración emprendedora

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El Fundador de Xapo, chubutense criado en Esquel, realizó un recorrido sobre su amplia experiencia como emprendedor, de Argentina a Silicon Valley en el auditorio de la sociedad Rural.

 

Wenceslao Casares, oriundo de Chubut, es fundador y CEO de Xapo, empresa con sede en Silicon Valley. En el pasado, fundó y vendió Patagon.com al Banco Santander Central Hispano por 540 millones de euros. Sin embargo, su historia de éxito la inició remando solo en la tormenta. “Me acuerdo la primera vez que estaba en Buenos Aires para juntar capital y me costaba un montón conseguir reuniones. Cuando las conseguía, me dejaban hablar un ratito y me preguntaban quién era mi papá o a qué colegio había ido”, rememora Casares.

 

 Cuando Casares llegó a Buenos Aires tenía en la mente la Universidad de San Andrés. Mientras estudiaba para aplicar para una beca, trabajaba abriendo la puerta del hotel Hyatt. “Estudié un año para el ingreso a San Andrés, y mientras trabajé en el Hyatt, haciendo ‘del que abría la puerta’. Te pagaban pésimo, pero daban buenas propias”, narra Casares. La historia de su examen involucró, sin quererlo, a su familia. Tras aplicar la primera vez, los resultados de la prueba llegaron a Esquel, donde vivían sus padres. Su papá se enteró que recibiría media beca, pero al ver lo que costaba la otra mitad, le advirtió a la universidad que su hijo iba a rendir nuevamente: no podían costearla. También les pidió que, si volvía a obtener la mitad de la beca, le mintieran y le dijeran que no había quedado. Casares conoció esa situación con el paso de los años, pero en aquél segundo intento logró su beca completa.

 

Sus días en San Andrés transitaron entre el estudio –debía mantener la beca- y el lujo de sus compañeros más afortunados (en lo económico). Así lo dice Casares: “Yo no tenía plata para un taxi, ni para el almuerzo, y había chicos que llegaban en autos muy buenos”.

 

Sus compañeros –un grupo de buenos compañeros- lo hicieron parte de las salidas más caras. Lo llevaban y le pagaban, sin siquiera mencionar el tema. “Hubo un par de personas a las que voy a estar eternamente agradecido, que eran chicos con mucha plata, que me hicieron sentir súper cómodo. Cuando todos se iban a almorzar en sus autos –yo iba en tren- , me quedaba estudiando en la biblioteca, pero un par de compañeros que se daban cuenta me arrastraban, me llevaban en sus autos, y pedían para mí y nadie se daba cuenta. Y ese tipo de pavadas ayudan un montón”, se emociona el emprendedor, quien hoy reside en Silicon Valley.

 

Con humor, Casares recuerda las veces que se quedó afuera de conversaciones por no estar en la misma sintonía que sus compañeros. “Me pasó de que hablaban de polo y yo no tenía ni idea. O de la noche porteña, de boliches como Pachá, El Cielo… y yo no entendía nada”, se ríe.

 

Silicon Valley es diferente. No hay, según explica, impedimentos a la hora de conseguir capital o concretar reuniones. “Silicon Valley es muy meritocrático. Ahí no les importa la piel o la preferencia sexual, sólo les importa qué estás haciendo o qué tenés en la cabeza. Hay emprendedores de Vietnam o Wisconsin, y consiguen US$ 10 millones por su proyecto. En la Argentina es impensado si no sos amigo de los hijos de alguien de peso”, relata Casares, aunque advierte: “Creo, igual, que Argentina está cambiando y pasa menos”.

 

Casares no está solo. Ariel Arrieta, fundador y CEO de Nxtp Labs, aceleradora de proyectos, también supo lucharla. De padre policía y madre enfermera, Arrieta cuenta que venir de abajo, de colegio público, pesa. “En algunos círculos es importante estudiar en la Universidad de San Andrés, en la Universidad de Palermo o en escuelas de afuera. Hay gente que si no hiciste un MBA afuera… no te registra”, relata Arrieta, quien hizo la secundaria en la escuela técnica Nº 17 Brigadier Gral. Cornelio Saavedra, lejos del glamour de muchos colegios privados y de elite. Pese a todo, aclara: “Si empezás tres casilleros por detrás no quiere decir que no puedas lograrlo”.

 

Los contactos abren puertas y, los apellidos, también. Así le sucedió a Esteban Brenman, quien en 1998 fundó Decidir, una empresa que brindaba información crediticia a bancos y tarjetas de crédito. “No teníamos contacto con esos rubros y nos costó mucho que nos hicieran lugar. Y otras empresas, como eran hijos de dueños de bancos, en meses lograron lo que nosotros no”, dice Brenman, fundador de Guía Óleo. En ese sentido, destaca que, al no venir de una familia de emprendedores –su papá es ingeniero y su mamá, asistenta social- tuvo que abrirse el camino solo. “Mi viejo me ayudó con consejos, pero él siempre trabajó en relación de dependencia, así que yo no tenía mucho a quién consultar, por lo que mi aprendizaje lo hice yo solo, todo de cero. Otros emprendedores te dicen: ‘Yo fui a Standford’. Yo no sabía ni lo que era eso”, explica el emprendedor, cuyo proyecto hoy factura $ 6 millones.

 

Brenman: “en Silicon Valley hay emprendedores exitosos que no terminaron la universidad. Acá, en algunos ambientes, se mira dónde estudiaste o de qué familia venís”.

 

Allí, en esa cuna de proyectos y emprendedores que es Silicon Valley, Casares vive con su familia (su esposa y sus tres hijos, de 6, 9 y 11 años). “Mis hijos no tienen eso de la lucha y están muy cómodos, y un poco lo siento como una traición. A mí me preocupa mucho que los chicos no sepan cómo es el mundo de verdad”, admite Casares, quien entre los lineamientos básicos de un currículum cargado en LinkedIn le gustaría ver la “garra”, el hambre de gloria. Y explica por qué: “Me preocupa más la garra antes que la inteligencia, porque la garra es difícil de enseñar. Y creo que el venir de abajo te ayuda mucho”.

 

 

 

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