- Por Lelia Castro -
“Fui supervisora hasta el último día de mi carrera, el 27 de diciembre”.
Oriunda de Banfield, provincia de Buenos Aires, hace 32 años Daniela Otero decidió hacer de Esquel su hogar. Aquí logró forjar una carrera exitosa en el ámbito educativo y, lo más importante, criar a sus cuatro hijos.
“La amorosidad tiene que ser parte de la vida de todo el mundo porque es lo que hace de las personas gente de bien”.
Al preguntarle por sus primeros años, Daniela asegura: “Yo tengo los mejores recuerdos de mi infancia”. Su madre Gladys era ama de casa por elección: “Se dedicó a lo que amaba, que era su familia”. Respecto a su padre, Walter, Daniela elige describirlo como una persona creativa e inteligente. Así, criada en un ambiente rodeado de amor, intentó siempre replicar esa sensación en sus vínculos y en su trabajo. Hoy puede agradecer a sus padres y a sus dos hermanos por hacer de su infancia un hermoso recuerdo.
“Pude construir mis memorias en función de los buenos momentos”.
Venirse a vivir a Esquel fue una decisión que tomaron conjuntamente con su pareja. Luego de pasar su luna de miel en nuestra ciudad, Daniela y Daniel quedaron encantados con el sur y así fue como “decidimos embarcarnos en la aventura de iniciar una vida distinta”. En la actualidad está feliz de haber tomado esa decisión.
“En Buenos Aires había estudiado ingeniería, había estudiado analista de sistemas”.
Para Daniela, la maternidad siempre fue una prioridad, por eso, cuando sus hijos eran chicos, decidió no dedicarse de lleno a seguir creciendo profesionalmente. En cambio, se enfocó en su crianza, y hoy en día puede decir con orgullo que son “hombres y mujeres de bien”. Con sus niños crecidos y al tiempo de su llegada a Esquel, decidió seguir estudiando. Aquí terminó un profesorado y comenzó a trabajar en un colegio privado. Pero por las vueltas de la vida, más tarde terminó trabajando en la educación pública donde se desarrolló en distintos roles a lo largo de los años.
“Los que me conocen saben que mi corazón está y va a estar siempre en 758. Es mi escuelita”.
De todas las instituciones en las que trabajó, Daniela recuerda con especial cariño a la escuela N° 758. Allí ocupó puestos de docente, POT, vice y directora. En el año 2018 concursó y ganó el lugar de supervisora de educación secundaria, y cumplió sus funciones hasta el 2024 en el que alcanzó la tan ansiada jubilación.
“Las mujeres sabemos que es todo un desafío combinar la maternidad, y las cuestiones de cuidado, con lo profesional. Hice todo lo que pude poniendo todo mi mayor amor y pasión en eso. Traté de hacer todo”.
Para Daniela, lo más importante en relación con la educación pública son los estudiantes. Hoy en día puede asegurar que aprendió que “siempre se puede hacer un poco más y un poco mejor”. Además, invita a los educadores y a la comunidad a ponerla en valor.
“Me preocupaba que la prioridad de las políticas públicas de educación no fueran los estudiantes”.
De entre todos los roles que supo llenar, considera que el más interesante fue el de supervisora porque es un “motor generador de cambios”. Sin embargo, también es el rol que más frustraciones le trajo por la estructura burocrática que no permite que esos cambios sean puestos en marcha en pos de una mejor educación para los estudiantes.
“Yo había tomado la decisión desde siempre de terminar mi carrera trabajando y así hice”.
Hace poco tiempo, Daniela tuvo que afrontar la pérdida de su marido. Esta dolorosa situación, sin embargo, no la apartó de su determinación de terminar su carrera profesional trabajando: “Pude culminar el último día de mi carrera docente trabajando y armando cosas para las escuelas”.
“Uno puede hacer las cosas un poco mejor, siempre. La tranquilidad que me llevo es que di todo lo que pensé que tenía que dar, lo que podía dar, lo que legítimamente pensé que era necesario”.
La jubilación trajo consigo también la certeza de saberse respetada y querida, tanto por sus colegas como por sus estudiantes. Su trayectoria laboral y su calidez personal hacen de Daniela una figura de referencia dentro del ámbito educativo. Nuestra entrevistada nos asegura que, aunque no tiene nada decidido, está segura de que todavía tiene mucho para aportar a la sociedad y a la educación.
“Ahora es todo un gran interrogante. Veré qué puedo construir”.
A pesar de toda la experiencia adquirida, Daniela elige despedirse volviendo a lo simple: el respeto y el amor que le debemos, especialmente, a los más chicos. A su vez, recuerda a todos los docentes no perder nunca la pasión por lo que se hace y el amor por los estudiantes: “Tiene que haber pasión, tiene que haber amorosidad, tiene que haber empatía”. Nosotros viendo su trayectoria podemos dar fe de que esto es posible, Daniela es la prueba de ello.
Agradecemos enormemente a Daniela Otero por recibirnos y permitirnos adentrarnos en su vida personal y profesional. Incluso fuera de las aulas hemos aprendido de ella.